Pofesionales (sin r)

Pertenezco a aquel grupo de personas que siente gran respeto y admiración por el trabajo bien hecho, entendiendo como tal el que hace el conjunto de la ciudadanía todos los días y no solamente aquellos otros que, aún pudiendo tener gran repercusión mediática y estando bien hecho, tienen escasa repercusión sobre el conjunto debido a su singularidad. Dicho lo cual, paso seguidamente a describir a un conjunto de trabajadores que, de forma deliberada, por comodidad, por ignorancia o por desamor al oficio y a los demás, realizan mal el trabajo que la sociedad les ha encomendado, pese a lo cual, algunos gozan de prestigio social y, en no pocas ocasiones, disfrutan de una envidiable posición económica.

Pofesionales (sin r), manuales:

Con aire desenvuelto y con la pose de ser los profesionales (con r) más trabajadores, sacrificados y eficientes del mundo, realizan sus faenas; todos ellos utilizan ropa de trabajo de corte parecido, generalmente de color azul o gris, y una gran mayoría están convencidos de que, sea quien sea su interlocutor es un ignorante en todo lo relacionado con su oficio, convencimiento que escenifican tratándolo con cierto desdén. Tal comportamiento inocula en ellos tal bloqueo mental, que les impide evaluar cuanta sugerencia positiva puedan proponerles sus ignorantes interlocutores, a la vez que víctimas. Sigue leyendo Pofesionales (sin r)

Raritas

Un tendido eléctrico y telefónico anticuado, viejo e insuficientemente cuidado; unas aceras levantadas, inexistentes o deterioradas; reparaciones en viviendas y muros limítrofes, realizadas con escasa homogeneidad, poco gusto y, a veces, inadecuado criterio; calles con firme deteriorado a causa de su mala calidad y escaso mantenimiento; arbolado entre heterogéneo e inapropiado, producto de decisiones tomadas sobre conocimientos más que dudosos. Todo ello configuraba aquella urbanización, dándole un aspecto de destartalo similar a la de los pueblos de la zona, bien es cierto que su estructura urbanística los superaba con mucho.

Las injustificables lagunas jurídicas en que unos promotores urbanísticos dejaron a aquella urbanización, pronto denotaron que su creación había sido obra de un ignorante ambicioso, auxiliado por unos profesionales que no supieron, no pudieron, o no quisieron hacer el trabajo que tenían encomendado con las mínimas garantías exigibles; cierto es que, quienes gestionaron su marcha durante casi cuarenta años, tampoco hicieron absolutamente nada para subsanar los errores de sus antecesores, imposibilitando, eso sí, que un año sí y otro también, su comunidad pudiera emprender acciones que la liberase de ciertos abusos perpetrados en sus lindes, amén de de otros problemas, tanto o más rancios que éste.

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Felonías

Antes de acudir a su trabajo, aquel hombre desayunaba en el mismo local en que lo hacía yo. Nuestros fortuitos encuentros allí, fueron configurando una relación que nunca fue más allá de las charlas intrascendentes que manteníamos mientras disfrutábamos de un buen café. Sorprendentemente, las últimas veces que le vi, noté en él un estado anímico distinto al habitual, una extraña mezcla de preocupación y relax, aunque más lo primero que lo segundo, contrapuestas condiciones que estimularon mi deseo de preguntarle si atravesaba un mal momento. Fuera por hacer la pregunta en un momento oportuno, fuera porque necesitaba desahogarse, o por ambas cosas, el caso fue que mi interlocutor me contó algo parecido a lo siguiente:

Siempre he sido reacio a contar cosas de mi trabajo, especialmente a las personas ajenas a él, pero en la encrucijada en la que me encuentro me resulta imposible responder a tu pregunta sin describir antes mi peripecia laboral.
Hace casi treinta años que trabajo al frente de un departamento de una empresa cuyo cometido es velar para que sus productos se ajusten a las normativas que les son aplicables. Mis comienzos fueron bastante desalentadores, pues por aquel entonces, solo una o dos personas de la empresa – entre las que no se encontraba su dueño – estaban mentalizadas para que un departamento así se implantara en ella, provocando, cuando mejor, la incomprensión de la mayoría de su escasamente instruida plantilla, y cuando peor, una frontal oposición a su labor, especialmente de quienes deberían haber sido ejemplo de lo contrario.
No sin esfuerzo aprendí ciertas técnicas y métodos de trabajo – por aquella época no existían cursos de formación para adquirir conocimientos sobre ellos – que trasladé a parte de aquel escasa y deficientemente formado personal de la empresa, que los asimiló tras un largo y laborioso proceso.
Durante bastante tiempo y con la inestimable pero limitada ayuda que mi, por entonces, foráneo y bien formado jefe pudo prestarme, pusimos a la empresa – mucho más él que yo – en condiciones de desarrollar un complicado proyecto que llevaba aparejado un gran pedido. Los críticos e incrédulos enmudecieron cuando comprobaron cómo la exitosa finalización de aquel proyecto catapultó a la empresa hasta unas cotas de prestigio inimaginables, incluso para su dueño. Sigue leyendo Felonías