Durante mi infancia y parte de mi pubertad, a menudo he oído a muchos padres – incluyendo los míos – decir a sus hijos «hay que estudiar para ser un hombre de provecho»; debo reconocer que nunca entendí muy bien la frase y, todavía menos, lo de provecho. Desde entonces hasta ahora han pasado muchos años y, a tenor de lo he constatado en mi vida profesional, en mi entorno actual y en ciertas informaciones aparecidas en los medios de comunicación, poco o nada confirman aquel aserto.
He visto muchos jóvenes, espléndidamente formados, entrar a los sitios en los que he trabajado – en la actualidad, entrada imposible para muchos -, con una enorme gana de de hacer cosas, para, poco después, llegar a la conclusión de que para el tipo de trabajo que hacían no eran necesarios tantos años de estudios; conclusión con la que, muy a mi pesar, siempre estuve de acuerdo. Lejos de esto, muchos estudiantes, tras finalizar su carrera, realizan eso que se ha dado en llamar máster que, al parecer, complementa y amplía sus estudios, algo que debería avergonzar a los responsables del diseño de las carreras, pues es en ellas donde se deberían impartir esas enseñanzas pero, tal omisión, sirve para que ciertos avariciosos listillos organicen esos máster en los que, a precio de oro, si se adquieren esos conocimientos que le han escamoteado al alumnado durante la carrera; ¡brillante jugada de nuestros mandamal de la enseñanza!. Debo decir también que, es muy llamativo que, a menudo, se señale a la empresa privada – a ser posible de relumbrón – como meta para los alumnos universitarios pero, muy pocas veces o nunca se les anima a tener la suya propia que, como trabajadores autónomos, podrían lograr. Cuando menos, da que pensar. Sigue leyendo Tituladito que vienes al mundo…