Felonías

Antes de acudir a su trabajo, aquel hombre desayunaba en el mismo local en que lo hacía yo. Nuestros fortuitos encuentros allí, fueron configurando una relación que nunca fue más allá de las charlas intrascendentes que manteníamos mientras disfrutábamos de un buen café. Sorprendentemente, las últimas veces que le vi, noté en él un estado anímico distinto al habitual, una extraña mezcla de preocupación y relax, aunque más lo primero que lo segundo, contrapuestas condiciones que estimularon mi deseo de preguntarle si atravesaba un mal momento. Fuera por hacer la pregunta en un momento oportuno, fuera porque necesitaba desahogarse, o por ambas cosas, el caso fue que mi interlocutor me contó algo parecido a lo siguiente:

Siempre he sido reacio a contar cosas de mi trabajo, especialmente a las personas ajenas a él, pero en la encrucijada en la que me encuentro me resulta imposible responder a tu pregunta sin describir antes mi peripecia laboral.
Hace casi treinta años que trabajo al frente de un departamento de una empresa cuyo cometido es velar para que sus productos se ajusten a las normativas que les son aplicables. Mis comienzos fueron bastante desalentadores, pues por aquel entonces, solo una o dos personas de la empresa – entre las que no se encontraba su dueño – estaban mentalizadas para que un departamento así se implantara en ella, provocando, cuando mejor, la incomprensión de la mayoría de su escasamente instruida plantilla, y cuando peor, una frontal oposición a su labor, especialmente de quienes deberían haber sido ejemplo de lo contrario.
No sin esfuerzo aprendí ciertas técnicas y métodos de trabajo – por aquella época no existían cursos de formación para adquirir conocimientos sobre ellos – que trasladé a parte de aquel escasa y deficientemente formado personal de la empresa, que los asimiló tras un largo y laborioso proceso.
Durante bastante tiempo y con la inestimable pero limitada ayuda que mi, por entonces, foráneo y bien formado jefe pudo prestarme, pusimos a la empresa – mucho más él que yo – en condiciones de desarrollar un complicado proyecto que llevaba aparejado un gran pedido. Los críticos e incrédulos enmudecieron cuando comprobaron cómo la exitosa finalización de aquel proyecto catapultó a la empresa hasta unas cotas de prestigio inimaginables, incluso para su dueño. Sigue leyendo Felonías

Reparación de la bomba de circulación para calefacción Wilo tipo RS 25/60r V2

Una mañana fresquita, cuando ya estaba prácticamente finalizada la actual temporada invernal, noté una imprevista parada de la calefacción de mi casa. Esta parada se produjo poco después de su puesta en marcha, lo que imposibilitó el calentamiento de los radiadores. Tras un breve reconocimiento, comprobé que el termómetro de la caldera marcaba lo máximo, poniendo de manifiesto que el termostato había detenido su funcionamiento, a la vez que señalaba directamente a la bomba de circulación como causante del fallo. En dos o tres ocasiones que se produjo este fallo, actué sobre el mando que controla el cambio de velocidad de la bomba, y comprobé como la calefacción volvía funcionar con normalidad; no obstante, la última vez que seguí este método no produjo ningún resultado positivo, lo que me obligó a realizar una intervención más profunda sobre la bomba. Así pues, lo que sigue es el relato de esta intervención.
Básicamente, el circuito de mi calefacción, y el de otras muchas, es el de la Fig. 1

Fig 1

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Reparación de un presostato Telemecanique XMP

Durante mi temporada estival, tengo unos estupendos vecinos que comparten el agua que una bomba extrae de un pozo. Como todo en esta vida, nada es eterno, y un buen día uno de esos vecinos me comentó que el funcionamiento del sistema del agua del pozo era muy irregular, y al mostrármelo pude constatar como la alta presión del agua estaba a un valor mayor de lo conveniente, y la baja estaba a otro, tan reducido, que provocaba el corte del suministro; algo obviamente inaceptable.

A petición de mi vecino, acudí al local, en las inmediaciones de mi casa, donde está instalada la regulación de la presión del suministro de agua del pozo; allí actué sobre los dos tornillos de regulación del presostato y, tras varias pruebas, llegue a la conclusión de que su funcionalidad estaba dañada, por lo que recomendé a mis vecinos que lo cambiaran por otro nuevo. Así pues, lo que relato seguidamente es la reparación del presostato averiado.

El presostato es un interruptor que conecta y desconecta el equipo que inyecta fluido a un circuito (bombas o compresores eléctricos), con el fin de mantener la presión de éste dentro de un valor máximo y otro mínimo.

El presostato en cuestión es de la marca Telemecanique, modelo XMP, de hasta una presión de 12 Bar (12.24 Kg/cm2). En la Fig. 1 se ven de él las vistas frontal, trasera y lateral.

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La Gran Falacia

Los cuarenta y seis años de mi carnet de conducir me han permitido rodar, poco más o menos, un millón de kilómetros pleno de satisfacciones, sin ningún percance y, si ciertas circunstancias adversas no me lo hubieran impedido, habría rodado muchos más, pues me encantan los viajes de turismo en mi propio coche. De estas circunstancias destaco una de nombre radar que, en su conjunto, son los causantes directos de mi desapego a estos viajes, pues me resulta tremendamente agotador conducir con la vista constantemente pendiente del velocímetro del coche y que, en alguna ocasión, ha estado a punto de costarme un disgusto.

Afirmo rotundamente que las leyes, reglamentos y demás textos jurídicos están para que se cumplan. Dicho esto, afirmo también que es humanamente imposible mantener la velocidad de un automóvil dentro de los continuos cambios de los límites de velocidad de nuestras carreteras durante el periodo de tiempo que dure un viaje, pues los humanos no somos máquinas, y aunque pongamos todo nuestro esfuerzo en respetar los límites de velocidad – es mi caso que, por otro lado, me ha convertido en objeto de frecuentes pitadas que nunca había recibido – siempre habrá momentos en que la velocidad de nuestro automóvil se salga de rango por arriba. Es verdad que los reguladores de velocidad, que desde hace tiempo incorporan muchos vehículos, han ayudado enormemente a solventar este problema, pero no es menos cierto que ello supone hacer un ejercicio permanente de su regulación, actividad que, más pronto que tarde, terminará por colocarnos – probablemente menos veces que sin él – en situación de “fuera del reglamento”. Sigue leyendo La Gran Falacia