9 días de hospital

Antes de relatar un lamentable momento que me tocó vivir en el curso de mí última hospitalización, deseo manifestar mi agradecimiento a todos los profesionales que, con gran profesionalidad y entrega, me han atendido. No obstante, conviviendo con esa gran mayoría de buenos profesionales, de vez en cuando, se manifiestan otros que, con escaso talento y desmedido personalismo, imponen soluciones incompatibles con la buena praxis. Pues bien, lo que sigue, es el relato de una de ellas – insisto, la excepción, no la regla – de la que fui partícipe en primera persona.

En torno a las diez de la mañana de aquel día me retiraron la sonda vesical inherente a la intervención quirúrgica a la que había sido sometido, a la vez que me informaban de la condición sine qua non de miccionar para poder abandonar el hospital. Siguiendo sus habituales rutinas de atención a los pacientes, a lo largo de aquel día, muchas veces entraron en mi habitación los profesionales sanitarios, las mismas en las que, una y otra vez, me preguntaron si ya había realizado mi deseada micción que, desgraciadamente, siempre tuvo una respuesta negativa a la que seguía un «beba más agua», que yo siempre acaté.

Sin miccionar, llegué al tramo de las seis de la tarde de aquel aciago día; para entonces, el pis, espoleado por el agua ingerida, clamaba insistentemente para su expulsión sin resultado positivo que, con dolor y cada vez más, me fue llevando a una desagradable desazón y ansiedad. Ante la aparente pasividad de las sanitarias que me atendían, mi mujer, que me acompañaba, se vio obligada a decirles que tomaran medidas para sacarme de aquel mal estado, a lo que reaccionaron introduciéndome consecutivamente tres sondas vesicales sin que ninguna de ellas surtiera el efecto deseado, lo que dio motivos a una de las tres sanitarias presentes para sacar una conclusión falsa de un hecho cierto, afirmando que yo ya había hecho pis pero les ocultaba la verdad (¡que irracionalidad!), a consecuencia de lo cual, y en el momento más inadecuado, trabó una discusión conmigo para rebatir mi posicionamiento sobre ello.

Llegado aquí, expreso mi incomprensión sobre aquella inexplicable actitud de quien debería haberse comportado de forma mucho más humana con alguien que, como yo, estaba pasando por un momento realmente malo. No contenta con su posicionamiento verbal, en tono prepotente y desafiante, me instó a avisarla cuando hiciera pis, a lo que respondí levantándome de la cama y colocarme una botella orinal en la que solo vertí un hilo de sangre. Esta patética escena, en la que, gracias a Dios, me ayudó mi mujer, pudo verla cualquiera que pasara por el pasillo, pues la puerta de la habitación permaneció completamente abierta. Lamento mucho relatar una escena como esta, pero, de ella, me ha quedado la sensación de que hay quien lleva impreso en su mente lo de «viejo y jubilado, idiota garantizado».

Finalmente tuvo que auxiliarme el urólogo de guardia que, con gran rapidez, tacto, profesionalidad y destreza, supo sacarme de mi, a duras penas soportable, situación. Desde aquí deseo reiterarle mis gracias más sinceras.

Todos cometemos errores – son propios de los humanos – pero los bien nacidos saben disculparse ante quienes, por ellos, han sido perjudicados, pero no fue este el caso de aquella sanitaria que, además, puso en duda mi palabra, cuestión esta que nunca he llevado bien y, aún menos, en un tema de salud.

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