Estamos inmersos en un mundo que cada vez entiendo menos, y aunque ya sé que mi edad es proclive a llegar a esta conclusión, tal condición no merma mi capacidad para analizar ciertos comportamientos que, francamente, me parecen el mundo al revés. Concretamente me refiero a los métodos que utilizan muchas empresas para hacer publicidad de marca, con los que consiguen transformar a muchos consumidores en voluntarios, satisfechos y felices anuncios ambulantes.
Recientemente se ha impuesto en la mayoría de comercios la costumbre de cobrar las bolsas que tradicionalmente sus clientes han utilizado y utilizan para llevar sus compras. A esta sutil decisión – digo lo de sutil, porque muchos irreflexivos creen que solo las pagan ahora, cuando la verdad es que siempre las han pagado, aunque los comercios aparentaban regalárselas con el simple hecho de no facturárselas – se añade que dichas bolsas incluyen el logotipo o marca de la empresa vendedora, con lo que durante el desplazamiento de la compra desde la tienda hasta casa o hasta el coche, se le hace propaganda gratuita a la empresa en cuestión; jugada maestra ¿no?
Sorprendentemente, no recuerdo haber visto nunca a nadie que le dé la vuelta a estas bolsas (por proponer solo un método) para, por lo menos, evitar realizar publicidad gratuita. Lejos de esto, veo caminar por la calle a muchas personas portando estas bolsas (sobre todo si, como se dice ahora, son de marcas exclusivas) en cuyo semblante parece que puede leerse algo que va desde «mira lo que puedo comprar» al «jorobaros si no podéis».
Variante muy significativa de lo dicho antes, es la cada vez más extendida costumbre de exhibir marca y logotipo de la ropa que se lleva puesta, hasta el extremo de que, en algunos casos, su tamaño se extiende a toda la anchura del pecho, de la espalda o de cualquier otro sitio llamativo. Un caso muy típico de este hábito es la de quienes llevan, con verdadero amor y orgullo, unas prendas deportivas que muestran el logotipo de un equipo – generalmente de futbol – pero que han pagado a precio de oro sin que, a cambio de ello, obtengan beneficio alguno. Sinceramente debo reconocer mi poca o nula capacidad para comprender semejante comportamiento, aunque debo reconocer la habilidad de la TV y demás empresas de publicidad para subvertir comportamientos.
Al hilo de este tema, recuerdo que en una ocasión adquirí una prenda de vestir en un conocido establecimiento y, observé que en el exterior de una de sus mangas llevaba cosida una gran etiqueta con el logotipo de la marca. Le pregunté al dependiente cuanto me iba a descontar en su precio por exhibir aquella etiqueta; su respuesta fue una amplia e ilustrativa sonrisa, a la que repliqué rogándole que la eliminara antes de llevarme la prenda.
Somos consumidores, sí, pero consumidores anuncio.
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