Aunque me cueste trabajo creerlo, resido desde hace más de cuarenta años en uno de los lugares más áridos y, para mí, inhóspitos del continente europeo. ¡Quien me lo iba a decir! El lugar obsequia a sus habitantes con un «confortante» clima, pues, a sus asfixiantes calores estivales le siguen unos infernales fríos invernales que frecuentemente amplifica, de manera inmisericorde, un aborrecedor y huracanado viento al que, a menudo, releva una heladora y desagradable niebla, tal como si ambos fenómenos meteorológicos se pusieran de acuerdo para jorobar a propios y extraños, a cambio de nada bueno.
Estoy completamente de acuerdo con quien dijo que las condiciones climáticas y geográficas forjan gran parte del carácter de los que viven inmersos en ellas; quizá por ello, no siempre comprendo los usos y costumbre de muchos de los oriundos que me rodean, pues al no ser del lugar, mis gustos y aficiones no siempre coinciden con los de ellos, y los de ellos no siempre con los míos.