A los de mí generación, militares – los mandamases de entonces –, religiosos, políticos, y enseñantes, nos “machacaron” durante algo más de treinta años, con las bondades, logros y dogmas de aquella democracia orgánica que tanto se “preocupó” de la «fiel infantería», a la que le negó, entre otras muchas cosas, lecturas inconvenientes (para ellos, claro), vida sexual no regida por irracionales doctrinas, y la crítica a los comportamientos y la gestión de los mandones de la época. Treinta y pico años así, permitieron a aquellos pastores de la manada, enfajarnos la mente que nos impidió establecer comparaciones con otras sociedades que, por entonces, ya hacía mucho que vivían bajo leyes más justas y democráticas que las imperantes por entonces aquí.
Un buen día, pudimos comprobar lo fantástico de leer lo que uno quería, la maravilla del sexo practicado sin la hipócrita influencia de inhumanos dogmatismos, los beneficios que para la sociedad supone la crítica constructiva a los mandones de toda laya y, ¡oh sorpresa!, que las personas afiliadas a ciertos partidos políticos – ilegales en aquella época – eran como tú y como yo, y no la reencarnación del mismísimo demonio como, machaconamente, nos habían dicho. Con tan buenas sensaciones, y otras mejores que, a los cuatro vientos, profetizaban los políticos del momento, emprendimos el apasionante recorrido – doloroso en algunas ocasiones – que nos ha traído hasta el presente.
Es bien sabido que ninguna actividad humana es perfecta y, obviamente, nuestra última época tampoco lo ha sido y, me temo, que tampoco lo será. Terrorismo, corrupción y paro, ¿han? sido tres repugnantes protagonistas – de consecuencias irreparables, en el primer caso – cuya presencia, ha impedido lo que pudo ser, pero no fue.
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