Pelota y ambicioso, ¡ojo!

De los bastantes variopintos tipos de personas que pululan en nuestra querida España, me referiré hoy a uno que destaca, no solo por su peculiaridad, sino también por su negativa incidencia en la dirección de empresas, instituciones y gobiernos. Tales tipos son «los pelotas», de los que hemos estado, estamos y estaremos bastante bien servidos, tanto, que hasta en los foros de internet se encuentran a puñados practicando esa estéril pelotería con desvergonzado desparpajo. Por supuesto, estoy de ellos hasta los mismísimos…

Entre las muchas clasificaciones que, a buen seguro, puede hacerse de los pelotas, y para no liarla demasiado, he decidido clasificarlos en los que nacen y los que se hacen, aunque, muchos de ellos, son una endiablada mezcla de ambos.

Los pelotas congénitos suelen ser tipos que disfrutan practicando la pelotería, de escaso talento, serviciales, generalmente leales a sus jefes, soplones, y de poca ambición. Por su escaso talento, es muy raro verlos ocupando puestos de elevada responsabilidad, bien es cierto que, gracias a ello, suelen desempeñar ocupaciones con un nivel más elevado del que le correspondería por su caletre. En cualquier caso, al finalizar su periodo laboral, no dejan en él demasiados efectos negativos, aunque, con o sin mala intención, hayan perjudicado a más de uno.

Los pelotas por decisión propia pueden dividirse, a su vez, en los dotados de poco y de mucho talento. Ambos ambicionan dinero, poder o ambas cosas, son descarados, y es frecuente en ellos la deslealtad cuando sus peloteados pierden lo que justifica su pelotería.

Los primeros la practican porque, tras convencerse de que su talento no da para colmar su ambición, deciden arrimarse al sol que más calienta, para que, a cambio de su pelotería, les promuevan a los puestos que ambicionan, y que, de otra manera, jamás alcanzarían. Este tipo de pelotas son peligrosos para su entorno, pues carecen de escrúpulos para practicar las bajezas que pueden perjudicar a sus competidores, pero beneficiosas a sus jefes y a sí mismos; son el tipo de personaje repugnante que, tras finalizar su periodo activo, suelen dejar tras sí a personas que, por su culpa, nunca alcanzaron la posición que su talento merecía.

Los pelotas por deseo propio y con mucho talento son una especie peligrosísima, pues lo utilizan para disimular su pelotería, y así, engañar a muchos haciéndoles creer que son santos varones, lo que les otorga grandes posibilidades para meter sus narices en la vida de las personas de su área de acción que les confiere un alto potencial para causarles daño cuando, con ello, pueden medrar. Al alcanzar altas posiciones, que logran gracias a su diabólica mezcla de talento y pelotería, le amargan la vida a la mayoría de las personas – algunas veces incluso a sus pelotas – de la institución en la que ejercen de mandamal; tampoco olvidan las bajezas que tuvieron que hacer para alcanzar su anhelado y ambicionado puesto, en el que esperan que sus tiralevitas rufianeen lo mismo o más que, en su día, hicieron ellos. La continua practica del binomio ambición-pelotería, termina privándoles de todo escrúpulo, de ahí su peligrosidad.

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Ilusos

Así define el DRAE al iluso:

  • Propenso a ilusionarse con demasiada facilidad o sin tener en cuenta la realidad.
  • Engañado, seducido

Ambas definiciones encajan perfectamente con las personas que otorgan su voto, dejándose llevar por la propaganda electoral o aceptando a ciegas las, más o menos, interesadas inclinaciones políticas de su entorno, o ambas cosas.

Como ya ha dicho alguien, la idiotez es una enfermedad que perjudica a todos menos al que la padece, afirmación que comparto y que es perfectamente aplicable a los ilusos, pues, al colocar con su voto a la inepcia donde nunca debería estar, no se sienten perjudicados – todo lo contrario -, pero damnifican a los demás.

A causa, fundamentalmente, de la traca propagandística de la gran mayoría de medios de comunicación que, mañana, tarde y noche, maquillan las inepcias varias de nuestros actuales gobernantes, han convertido a un cierto sector de ciudadanos en ilusos incapacitados, no solo para percibir la presente realidad, si no para percatarse de que sus votados no son la «creme de la creme» de la bancada política. Hay que estar muy ofuscado para no ver que, día tras día, nuestros actuales gobernantes afirman una cosa, su contraria y, tanto por activa como por pasiva, también rehúyen de la verdad, si todo ello va en su propio beneficio e independientemente de que tales prácticas puedan perjudicar a la ciudadanía.

Puedo entender, pero no justificar, a quienes apoyan – algunos, para vergüenza ajena, hasta aplauden – esa mendaz forma de gobernar porque, así, esperan progresar profesionalmente, conseguir o mantener el cargo o carguillo que les saque del ostracismo y que, además, les proporcione jugosos recursos económicos, pero no entiendo a los ilusos que apoyan formas de gobernar fracasadas, sean de izquierdas o de derechas.

A quienes creen en cuentos de hadas y en supermanes que todo lo arreglan en un plis plas, los invito a que citen un solo país que, gobernado con ideología social procomunista, comunista, o chavista haya alcanzado la plena libertad y prosperidad de sus ciudadanos.

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Calidad: teoría y práctica

Durante 30 años aquel técnico había estado uncido al yugo del departamento de calidad de una empresa de cuyo nombre no quiso acordarse; por fin y para su satisfacción, aquel año se libró de él, dejando atrás horas y horas de leer, interpretar y aplicar textos en inglés de una colección de libros a los que algunos filosóficos «mechanical engineer» habían puesto el rimbombante nombre de «Code», un costoso galimatías de modificación semestral a base de añadidos en forma de hojas coloreadas que, a menudo, desbarataban más que otra cosa; eran lo equivalente a lo que hoy se conoce como actualizaciones de software. Para que una empresa pudiera exhibir, urbi et orbi, el cumplimiento con tal galimatías tenía que seguir un proceso similar al descrito más abajo para “la Iso” – con algunas diabólicas variantes -, pero bastante más caro, complicado y difícil, a cambio de unos beneficios que, según decían sus valedores, podían ser considerables.

A la vez que al diabólico «Code», también dejaba atrás otro pretencioso texto en inglés (a ciertos recalcitrantes papistas de la época no les gustaba la versión española) – “la Iso”, como lo nombraban los no introducidos en el tema – que prometía el oro y el moro a las empresas que adoptaran sus sabios consejos ¡faltaría más! Naturalmente, aquello requería una acreditación que lograban a base de pagar una asesoría y, tras una o varias severas auditorías de calidad hechas por una empresa certificadora – a la que, ¡cómo no!, también había que pagar – conseguían la ansiada certificación que, al parecer, las situaba en el Olimpo de la calidad, y aseguraba a la certificadora pingües beneficios. Otro floreciente negocio que ninguna empresa del ramo desaprovechó. Curiosamente, en aquella época era muy normal que asesor(es) y certificador(es) pertenecieran a la misma empresa, hecho que podía estimular a los mal pensados y que las certificadoras soslayaban cubriendo las apariencias con el curioso malabarismo de evitar que los certificadores actuasen como asesores y viceversa.

Aquel floreciente negocio debió estimular la mente ejecutiva de otras organizaciones que, con su habitual perspicacia, concluyeron que si el diabólico “Code” y la pretenciosa “Iso” habían impuesto su certificación ¿porqué no la iban a imponer también en lo suyo? Dicho y hecho, de modo que al susodicho binomio se sumaron otros de cuño idéntico al de “Iso” pero con logotipos y especificas parafernalias; ¡faltaría más!, no iban a ser menos.

A consecuencia del aquelarre auditoría-certificación-homologación, nuestro técnico pasó gran parte de su vida laboral soportando auditorías de unos y otros de corte muy parecido, cierto que, a veces, las de cliente tenían un tono algo más chulesco. Curiosamente, nunca percibió que a más auditorias mejor calidad, en cambio le obligaron a pasar muchas, ¡muchísimas horas! resolviendo – cerrando, en argot auditor – las muchas memeces que los auditores le dejaban tras su “proselitista trabajo”. Con dureza, el técnico afirmaba que aquello de las memeces tenía su explicación, pues de las 700 auditorías que más o menos había sufrido en 30 años, jamás auditor alguno puso el dedo en la llaga de los verdaderos problemas de calidad de su empresa, que no era otro que el desinterés de la dirección por ellos, pues sistemáticamente actuó siguiendo el criterio de: «no permitas que incumplimiento alguno aminore la facturación».

Si, si, todas las normas de calidad, códigos varios, manuales, instrucciones, procedimientos, etc., etc., ponen su acento en la inmensa mayoría del personal de las empresas, pero nada dicen de la actitud y aptitud de sus regidores, si se exceptúa la política de calidad que, frecuentemente, no pasa de ser un conjunto de palabras bonitas que firma en barbecho el mandón de turno, algo que nuestro técnico nunca pudo entender, pues asesores, auditores varios y certificadores, jamás trataron de constatar el papel jugado por aquellos en la calidad de los productos hechos por la empresa pero, eso sí, nunca se olvidaron de ensalzar el buen rollito del «management», y de esquivar el análisis de la actitud hacia la calidad de quien debería ostentar su máxima representación.

Percibo hoy que, al conseguir su certificación, las empresas ya no lo celebran publicándolo en periódicos, ni en otros medios de comunicación, ni se la entrega las primeras autoridades autonómicas, como ocurría en la ya lejana época que le tocó vivir a nuestro técnico ¿será que todas las empresas ya están certificadas? ¿será que ahora está tirado conseguirlo? ¿será que ya no prestigia? ¿o será que alguien en alguna parte está pensando en algo más elitista que una vulgar certificación?

¡Pobre calidad! ¡cuantos presumen de ella de boca para fuera, pero, cuando algo no sale bien, miran para otro lado en aras de la facturación! Para más inri, nuestro técnico afirmaba con toda convicción, que algunos mandones de empresa utilizaban las certificaciones para vanagloriarse y, si las circunstancias así se lo aconsejaban, también como burladero.

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¡Una brillante gestión política!

  1. Crear una empresa aquí supone hacer un auténtico viacrucis por el laberinto de las demasiadas administraciones que, a menudo, lejos de informar, desinforman y entorpecen las gestiones a base – entre otros – de farragosos y, no pocas veces, innecesarios impresos, pero a cambio de nada que no sea molestar al emprendedor, y siempre celosas de llevarse su parte del pastel, especialmente cuando la empresa es pequeña o mediana.
  2. También es frecuente que los propietarios de empresas busquen jugosas y cómodas subvenciones públicas, además de suculentos pedidos de las distintas administraciones que, a menudo, logra con dudosa transparencia de la que forman parte amigos, amiguetes y variopintos personajes sobornables preferentemente enraizados en política o con conexiones en ella y, a poder ser, exhibiendo cargo público, cuanto más relevante mejor; operativo este que, indefectiblemente, encarece el producto final que la empresa entrega. Los abusos a empleados, a menudo, adornan “brillantes” gestiones empresariales, sin que los sindicatos muevan un solo dedo para impedirlo. ¿Plan de inversiones, innovación, viabilidad y futuro para su empresa?… ¿para qué?, eso solo lo hacen verdaderos empresarios, pero en este país abundan los que, con la sola propiedad de un negocio se llaman empresarios, pero los de verdad, lamentablemente escasean.
  3. Ya hace años que los ordenadores invadieron la totalidad de los ámbitos laborales, que además de aliviar tediosas y repetitivas tareas, también han recortado el número de personas que, hasta su advenimiento, eran necesarias para llevarlas a buen puerto. En todas las empresas e instituciones privadas ha ocurrido eso, excepto en las públicas, en las que el personal, lejos de disminuir, ha ido a más, lo que se traduce en menor volumen de trabajo para más personal que lo realice, por lo que el tiempo de trabajo efectivo por funcionario ha disminuido ¿Qué pasa con el tiempo restante? La respuesta es obvia.
  4. El Estado Español cuenta con una administración central, diecisiete comunidades autónomas, dos cabildos insulares, dos ciudades autónomas y multitud de empresas públicas, algunas duplicadas y con deficientes cuentas de resultados. Por si todo esto fuera poco, partidos políticos y sindicatos (entre otros) cuentan, por ley, con subvenciones del estado. ¿De dónde sale el dinero para que todo esto funcione? Inevitablemente del bolsillo de la ciudadanía, cuya cuantía cualquiera puede conocer echándole un vistazo a los Presupuestos Generales del Estado y a los del resto de las administraciones públicas, tras lo cual, también podrá comprender las razones del déficit público que avalan lo dicho por una relevante política «el dinero público no es de nadie».
  5. Noticia del día 7-8-2019: Las bajas laborales restan un 6% al PIB.
  6. Leído lo anterior no cuesta trabajo entender por qué hoy día, quien compra una vivienda se hipoteca de por vida (treinta años normalmente), y es muy frecuente que a ello contribuyan dos de la misma familia, mientras que quienes ya hace mucho que peinamos canas – algunos no tenemos ni esa opción – conocimos tiempos en los que era bastante normal adquirir una vivienda en un plazo de diez años y con los ingresos de solamente uno de la familia.

 ¡Ole avances sociales!

Entre dos vergüenzas

Me avergüenzo de ser humano por:

  1. Actos terroristas, sean del signo que sean.
  2. La violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones, hombre contra mujer o viceversa.
  3. Utilizar menores para cometer actos delictivos.
  4. Quienes alientan, fomentan, financian o apoyan conflictos bélicos, con la única finalidad de ganar más dinero.
  5. Los que, con el pretexto de hacerse aún más ricos y a través de las empresas que controlan, comercializan productos sabiendo que son nocivos para su uso o consumo.
  6. Aquellos políticos que ponen en riesgo la convivencia pacífica ciudadana en aras de imponer su egoísta y delirante ambición de poder.

Siento vergüenza ajena de:

  1. Niñatas y niñatos egoístas que se casan en la creencia de que el matrimonio es un continuo «ji ji, ja ja» y, al menor contratiempo, deciden romper su matrimonio sin antes luchar mínimamente por él, sin pensar en el evidente daño que causaran a sus hijos, ni en la depresión que, durante más o menos tiempo, inocularan a sus parientes más cercanos.
  2. Aquellos que están pendientes de los programas de televisión basura y otros de entretenimiento de equivalente toxicidad mental (futbol, por ejemplo), desentendiéndose deliberadamente de lo que verdaderamente les afecta, a consecuencia de lo cual votan – incluso en las reuniones de comunidad de vecinos – ateniéndose a razones surrealistas y de ignorancia supina.
  3. Actitudes personales prepotentes motivadas por tener un cierto nivel económico, de dirección, de mando, o de poder.
  4. Acosadores que denigran a quienes no tienen su misma opinión, ideas o comportamientos que no les gusta.
  5. Algunos padres y abuelos que educan a sus hijos y nietos, en clave de darle al futbol tratamiento de religión.
  6. Individuos(as) que tozudamente conminan a otros a hacer algo que, a estos, no les gusta.
  7. Gente que avala decisiones y acciones de políticos, con el contundente argumento «es de los nuestros», o algo parecido.
  8. Personas que dicen gustar del «buen rollito», pero solo lo practican con aquellos que identifican como «de los suyos» o de su mismo estilo, gustos o forma de pensar.
  9. Quienes hacen deliberadamente mal su trabajo, cobrándolo como si lo hicieran bien.
  10. Los que están todo el día aferrados a sus móviles desentendiéndose del calor humano que le ofrece su entorno más próximo.

 

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