El anestésico

Me gustan todos los deportes – excepto los de lucha – y, por ende, me gusta el futbol, considerado como aquella actividad practicada en las canchas que le son propias, aunque considero próximo a lo irrelevante cualquier otro acontecimiento relacionado con el futbol, pero generado fuera de ellas. No quiero pasar por alto el despiadado machaqueo que, con el futbol, ejercen los medios de comunicación sobre la ciudadanía, hasta el extremo de que sus espacios deportivos están dedicados, en un elevado porcentaje, al futbol. Ni que decir tiene, que, quiera o no quiera, me levanto diariamente oyendo chismes del futbol, leo los periódicos sobrecargados de páginas de futbol, oigo los boletines informativos con el futbol como estrella protagonista, veo y oigo cualquier telediario aderezado con toda clase de conocimientos futbolísticos y, finalmente, me acuesto oyendo, las más de las veces, paparruchadas futbolísticas. En este sentido, el futbol es para mí la gota china y, tal vez por ello, trato de alejarme de él todo cuanto puedo, algo que me resulta casi imposible, pues nuestra sociedad tiene una enorme impregnación futbolística.

Desde mi infancia, la radio ha tenido y sigue teniendo para mí un enorme atractivo, pero nunca he sido asiduo de sus transmisiones futbolísticas. No obstante, enredando en el dial, me tropecé recientemente con una de ellas y, durante algún tiempo, permanecí escuchando a sus comentaristas, que, por otro lado, me dieron la impresión de ser magníficos profesionales. Inopinadamente, y en un determinado momento de mi escucha, uno de ellos gritó atronando: ¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLL!!!. A bote pronto creí que le había dado algún ataque maligno, pero, tras salir de aquel largo y descomunal alarido, aclaró diciendo con más normalidad: ¡GOL DE FULANITO!, a lo que siguió el nombre del equipo de fulanito. Francamente, nunca comprenderé como personas que se comportan con moderación y buenas maneras, pueden transfigurarse de ese modo con el único fin de atraer y enervar a una audiencia que, por otro lado, está sobrada de fanáticos que «solo necesitan que le toquen la guitarra para bailar».

Creo que la afición al deporte es muy positiva, pero, como en otras muchas actividades, también en él se producen excesos, y obviamente el futbol no es una excepción, más bien todo lo contrario. Hoy paso por alto a aquellos irracionales seudo-aficionados que, con antideportivos pretextos, montan tales algaradas que solo se merecen una rigurosa aplicación de la legislación vigente. Existen también aficionados al futbol que, sin comportarse como éstos fanáticos, han hecho de él una religión, hasta el extremo de menospreciar a quien no comparte sus gustos futbolísticos. Al hilo de esto, deseo decir que hace algunos años, uno de estos aficionados puso en tela de juicio mi españolidad, al hacerme este comentario: «qué clase de español eres, si no ves los partidos de la Selección Española de Futbol», a lo que le contesté «el mismo español que tu, con los partidos de la Selección Española de Waterpolo», excuso decir que nunca había visto ningún partido de estos. El lavado de cerebro futbolístico al que encantados se han sometido y someten muchos ciudadanos sin realizar la menor reflexión, les ha llevado a exhibir de su club predilecto, tanto uniformes como escudos, y a inducir a sus hijos a hacer lo mismo, algo que, en muchos casos, los priva de un desarrollo mental basado en el razonamiento lógico. Con semejante ceguera futbolística, muchos de ellos marginan – probablemente, sin percatarse de ello – casi todo lo que influye directamente en su vida, y se encandilan – aunque lo nieguen – con las nimiedades de los programas basura de televisión, la lectura de los apartados futbolísticos de los diarios deportivos, o las asiduas charlas sobre su afición-religión predilecta.

Tan multitudinaria adoración a este vellocino de oro – que es el futbol -, no podía pasar desapercibida para la casta político-mandamal, hasta el extremo de que, tanto la del sistema político actual como la del anterior, han fomentado sin límites (paradójicamente, esto las iguala). Es frecuente y normal que rectores de cualquier signo político se pronuncien sobre sus preferencias futbolísticas, pero no recuerdo haber oído a nadie censurar a un preboste porque se haya declarado favorable al equipo contrario (excluyo el futbol internacional), algo que frecuentemente ocurre cuando su posicionamiento en otras cuestiones es contrario al de la bancada de enfrente.

Desde hace algunos años se ha puesto de moda el tremolar de la bandera nacional previamente a los partidos de la Selección Española de Futbol – celebro el hecho -. Sorprendentemente, y al contrario que en otro tipo de eventos, nunca he visto ninguna otra bandera distinta a la constitucional y exceptuando la discordancia de algún ignorante por deseo propio, me parece increíble que sea precisamente el futbol lo único que nos pone de acuerdo, si exceptúo las cuestiones relacionadas con comer y beber.

Si ello fuera posible, y parafraseando a Frey Félix Lope de Vega y Carpio, bien podría el futbol decir a políticos y a un amplio sector de la ciudadanía: «¿Que tengo yo que mi amistad procuras?». A los políticos-mandamal siempre les ha pirrado una ciudadanía que se deje anestesiar para contrarrestar su legítimo deseo de exigir cuentas de la, generalmente, pésima gestión que aquellos realizan y, desde hace ya muchísimo tiempo, han encontrado un anestésico infalible: el futbol; cierto es que, nadie se deja anestesiar si no quiere. Sepa el lector que, hoy por hoy, este anestésico le está escamoteando al fisco 482 millones de euros (80.198.052.000 de las antiguas pesetas), cantidad que le adeudan ciertos clubs de futbol. Llama la atención la benevolencia con que nuestros mandamal tratan a estas empresas ¿Porqué será?

Entiendo el interés de quienes, directa o indirectamente, obtienen beneficio crematístico del futbol, pero me resulta imposible entender las actitudes de aquellos ciudadanos que, sin beneficio alguno, confunden futbol con religión.

Futbol: ¡sí!, pero con moderación, sin que se salga de su contexto deportivo, y no otra cosa.

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