Por aquel entonces, la empresa tenía un tamaño equiparable a sus modestos medios técnicos, a su escaso nivel tecnológico y a una deficiente formación de personal, aunque su voluntarista dueño y, por entonces, director creía que era el «no va más». Por razones que solo él conocía, y para alimento de su soberbia, la empresa se vio agraciada con un jugoso contrato para el que no estaba mínimamente preparada, por lo que se vio obligado a contratar profesionales capaces de sacar adelante aquel contrato-atolladero en el que él la había metido.
Sin contar con los recursos técnicos, materiales y humanos suficientes, pero realizando un enorme esfuerzo personal y profesional, algunos de aquellos contratados lograron culminar aquél espléndido pedido, catapultando a la empresa hasta un ranking jamás imaginado por su voluntarista dueño, que lo convirtió, a su vez, en una verdadera institución en su sector industrial y estrella del empresariado (patronal, en el argot actual). Tan inesperado y súbito éxito, lo fue poco a poco desconectando de la realidad de “la” Nohtlaw, y a conceder crédito a los cantos de sirena de un maligno chiquito que, sorprendentemente, lo llevaron a prescindir de los artífices de aquel éxito y a colocar al maligno al frente de su empresa. Semejante decisión le iba a costar, pasado el tiempo, la pérdida de “la” Nohtlaw y probablemente el prematuro final de su propia vida.
La modulación de aquellos cantos de sirena fueron cambiando a medida que el maligno chiquito incrementaba su poder y escalaba puestos en “la” Nohtlaw, a base de “cortar la cabeza” – siempre con la ayuda de su dueño y director – a quienes se interponían en su camino, procedimiento éste para el que contó siempre con la ayuda de su camarilla y que practicó, con endiablada habilidad, en bastantes ocasiones; cierto es que en esta actividad nunca demostró ser un innovador, pues su método era tan viejo como todo lo humano.
Como queda dicho, el endiablado chiquito se rodeó de una camarilla elegida entre «lo más granado» de “la” Nohtlaw, a la que, como era de esperar, trataba con cierta deferencia – incluyendo sueldos que, en algunos casos, llegaron a superar al de empleados de responsabilidad mucho mayor -, a cambio de que le contaran todo lo divino y lo humano ocurrido en la empresa, pero especialmente de cuanto tuviera que ver con la vida de trabajo y privada de las personas que trabajaban en ella, especialmente de aquellas que él había situado en su punto de mira y que, “casualmente”, siempre eran quienes no le hacían la pelota, pero trabajaban de forma excelente, cualidad ésta, que nunca fue capaz de valorar en su justa medida.
Después tramó una estrategia para domeñar la astucia y desconfianza hacia los demás – de lo que también poseía generosas cantidades – del voluntarista dueño y ya autodenominado presidente de “la” Nohtlaw, hasta conseguir que creyera ciegamente en él – algo insólito –, para lo que no dudó utilizar bajezas tal como imitar cínicamente un cierto problema de dicción de aquel, a lo que se sumó la apropiación en exclusiva del éxito de las buenas facturaciones mensuales de “la” Nohtlaw, cierto que, ello solo ocurrió durante los primeros años como principal gestor que, no obstante, fueron decisivas para reblandecer la innata desconfianza de su mentor, dueño y presidente.
Dada la mala coyuntura comercial en la que entró la empresa, las deslumbrantes facturaciones entraron en eclipse, pese a lo cual, ninguno de los dos “monstruos de la gestión” tomó la decisión de prepararla mínimamente para afrontar aquella adversidad; no obstante, el diabólico chiquito emitiendo otro canto de sirena en forma de “déjame a mí”, decidió por su cuenta incrementar la facturación a base de adquirir materias primas de clase dudosa y de cercenar la calidad de los suministros de “la” Nohtlaw.
Tan “genial” decisión produjo gran cantidad de protestas de los clientes de “la” Nohtlaw que, el chiquito y responsable directo de los desaguisados ocultó, siempre que pudo, a su presidente, y cuando tan “hábil” maniobra veía inviable, cargaba la protesta en el haber de alguno que estuviese en su punto de mira, con el resultado que, para éste, cualquiera puede imaginar. Contando con la ayuda de su encantadora camarilla, el diabólico operativo desplegado por el chiquito – convertido ya en autentico sátrapa – incluyó también aislar al presidente de cualquier comunicación recibida en la empresa, especialmente si era negativa para él, lo que desconectó completamente a aquel del día a día y de la realidad de su empresa, llevándolo a fracasar en los intentos que hizo para enderezar el pésimo rumbo en el que el sátrapa la había metido. ¿Por qué el presidente no echó al sátrapa?… Cuando equivocadamente se otorga excesivo poder a la persona inadecuada, sus consecuencias suelen ser funestas para quien lo otorgó, y…este fue el caso.
Con tal de saciar su ambición, al sátrapa no le importaba engañar a propios y extraños, también demostró gran habilidad para eludir las consecuencias de su pésima gestión; tanto, que hasta hubo quien estuvo convencido de su pacto con el diablo.
El sátrapa era tan ambicioso como astuto, cualidades que le hicieron ver la necesidad de hacerse con un salvavidas para ponerse a salvo del previsible naufragio de “la” Nohtlaw; para ello creó, con el inexplicable consentimiento del presidente, una pequeña empresa con la cínica y teórica finalidad de echarle una mano a aquella, dotándola, para tal fin, con recursos materiales, humanos y profesionales, también de “la” Nohtlaw, además de colocar en ella ciertos pedidos para “aliviar la carga de trabajo de ésta”, decía hipócritamente el sátrapa. Como cualquiera puede imaginar, la mano que le echo la pequeña empresa a “la” Nohtlaw, fue al cuello, lo que le permitió sobrevivir muy bien.
Tan brillante gestión del sátrapa, provocó la quiebra de “la” Nohtlaw que puso a toda su plantilla en la calle y de ella solo quedó el espacio donde otrora presumieron su presidente y el nauseabundo sátrapa que un mal día alentó y espoleó.
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