Tratando de localizar la definición de una palabra en el diccionario de la RAE, me tropecé con la de «incompetente»: es quien no tiene pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado.
La lectura de tal definición, trajo inmediatamente a mi memoria la mal llamada receta electrónica, que tiene poco de receta y mucho de cartilla de racionamiento (aquella de infausto recuerdo implantada en los años cuarenta y cincuenta para la adquisición de alimentos, a causa de la pésima gestión económica de los incompetentes prebostes de la época). Afirmo esto porque, desde que se mal implantó esta receta, muchos de los que tenemos la desventura de vivir aferrados a tratamientos médicos de larga duración, hemos multiplicado nuestras visitas al médico de cabecera – prácticamente el único con posibilidades para corregir errores relacionados con el proceso de venta de medicamentos realizado mediante, insisto, ésta mal llamada receta electrónica – con el único objeto de solicitarle la corrección de los innumerables errores contenidos en ella y que, una semana sí y otra también, nos comunican las farmacias impidiéndonos la adquisición de los medicamentos que demandamos. Durante estos últimos meses he presenciado a tanta gente soliviantada – con toda razón – a causa del mal funcionamiento de la susodicha receta que, a día de hoy, no tengo la menor duda de que aquellos facultativos que atiendan a muchos pacientes de largo tratamiento, sin duda, estarán agobiados por esta actividad extra, sobrevenida a causa del deficientemente desarrollado y peor implantado programa informático que mal gestiona la receta electrónica, y que, obviamente, realizan este cometido extra a base de realizar un esfuerzo adicional, sin merma de la atención a sus pacientes, algo que agradecemos profundamente.
En el ángulo inferior izquierdo de ese inútil documento llamado «HOJA DE TRATAMIENTO», que recibimos los pacientes cuando quedamos inscritos en la pesadilla de la receta electrónica, entre otras cuestiones dice: “… una vez retirado el primer envase, puede volver a cualquier farmacia cuando le queden unos 5 días para la finalización del mismo”. Solamente en este párrafo existen ya dos síntomas de un trabajo mal hecho, pues ningún ciudadano de la Comunidad Autónoma de Aragón puede adquirir medicamentos mediante este método, en otra comunidad, lo que deja sin significado lo de “cualquier farmacia”. También he adquirido medicamentos 14 días antes de la finalización de los que ya tengo, lo que contribuye a corroborar algo tan escasamente positivo como típicamente español: «unos 5 días» equivalen a 14, 6, 4 o lo que al programador le haya pasado por el forro de sus caprichos. Otro sorprendente error de nuestra receta – especialmente por tratarse de un programa informático – consiste en que, medicamentos adquiridos en más de una ocasión y en los periodos estipulados, pierden sorprendentemente la propiedad de ser dispensables en los periodos establecidos, sin que ninguna farmacia le encuentre una explicación racional al hecho, por lo que… vuelta de nuevo al médico para corregir más errores, corrección que agradecemos, pero que no nos libra de pensar ¿Cuál será el próximo error de esta “pesadilla”?
Con todo, el error más impactante es haber comprobado cómo en la «HOJA DE TRATAMIENTO» un medicamento está con un contenido de 30 comprimidos, pero en el programa que lo controla figura también con 60, pero a la hora de adquirir ese medicamento, prevalece el dato de 60 y no el de 30 y, en consecuencia… otra nueva visita al médico. No soy un experto informático, pero si se que un mismo dato debe imputarse solamente una vez y no dos, como en éste caso.
La receta electrónica creada sobre la base de unos objetivos muy cortitos y un limitado equipamiento informático (ciertas especialidades no disponen de ordenador), tampoco contempla que cada paciente tenga un único historial médico accesible a todos los médicos que lo precisen y que, además, debería incluir la totalidad de su medicación; esta carencia da lugar – entre otros fallos – a que un medicamento invalidado para su tratamiento, continúa pudiéndolo adquirir, no se sabe hasta cuándo.
Esta receta, potencia a las farmacias con una herramienta que les permite realizar un severo control de venta de fármacos que, sin embargo, no las ha liberado del engorroso y lentísimo proceso de extraer los códigos de barra de los envases de los medicamentos para adherirlos sobre una hoja de papel, actividad ésta, que debería haber evitado el sistema informático que el de «nuestra receta», hoy por hoy, no solamente no incorpora, sino que lo ha hecho todavía más engorroso, obligando además al comprador de fármacos a permanecer en las farmacias un tiempo que, sistemáticamente, pone a prueba su paciencia.
Poco a poco, también he observado las dificultades con las que tropiezan distintos usuarios cuando manejan el programa de gestión de la receta electrónica, y no me queda por menos que dar un tirón de orejas a sus programadores, pues cualquier programa de ordenador debería desarrollarse con el principal objetivo de que pueda ser manejado por personas sin la menor noción de informática y teniendo en cuenta, además, que faciliten y no entorpezcan la labor de quién los utiliza, algo tan obvio como frecuentemente soslayado por muchos programadores, que a menudo, empeñados en lo accesorio, olvidan frecuentemente la verdadera finalidad de lo que hacen y, sobre todo, para quien lo hacen. Este tirón de orejas es aún más fuerte para la administración sanitaria de Aragón, que ha permitido la implantación de un programa sin ambición en muchos aspectos y pensado, casi exclusivamente, para racionar los medicamentos a personas – en su mayoría de avanzada edad – que bastante desgracia tenemos de que su salud dependa de ellos. Por ello, sería muy positivo que ésta administración estudie y aprenda el control informático que la Agencia Tributaria realiza sobre los contribuyentes, con el que sería capaz, si se lo propusiera, de saber hasta el color de la ropa interior que utilizamos; cierto que, en este caso, la administración recauda, y en el otro, solo ahorra a un nivel notablemente menor, razón que explica el limitado interés puesto en su desarrollo.
¿Qué clase de administración tenemos que, lejos de beneficiar al administrado, se dedica a complicarles la vida, muy especialmente a los más mayores?
Políticos: ¿Cuándo os vais a dedicar a gestionar con eficacia – que es para lo que os han votado –, en vez de jorobar a los de siempre, auto concederos privilegios, hablar demasiado y mentir más?
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Una vez más coincidimos en el tema. Podría incluso añadir más cosas, que para el paciente (nunca mejor dicho) le resultan tan complicadas, como llevar el control de fecha de necesidades. Unos fármacos son de 28 otros de 30,50,60, las prescripciones, pueden ser de 1 de 2 o 3 al día por lo que trastoca todo el sistema de servicio hacia el «paciente», la solución pasa por ir casi todos los días a la farmacia a recoger tal o cual fármaco, como diría un castizo, p’a comer cerillas y c……..mecheros. Gracias amigo por poner acertadamente el punto sobre la i.