Tituladito que vienes al mundo…

Durante mi infancia y parte de mi pubertad, a menudo he oído a muchos padres – incluyendo los míos – decir a sus hijos «hay que estudiar para ser un hombre de provecho»; debo reconocer que nunca entendí muy bien la frase y, todavía menos, lo de provecho. Desde entonces hasta ahora han pasado muchos años y, a tenor de lo he constatado en mi vida profesional, en mi entorno actual y en ciertas informaciones aparecidas en los medios de comunicación, poco o nada confirman aquel aserto.

He visto muchos jóvenes, espléndidamente formados, entrar a los sitios en los que he trabajado – en la actualidad, entrada imposible para muchos -, con una enorme gana de de hacer cosas, para, poco después, llegar a la conclusión de que para el tipo de trabajo que hacían no eran necesarios tantos años de estudios; conclusión con la que, muy a mi pesar, siempre estuve de acuerdo. Lejos de esto, muchos estudiantes, tras finalizar su carrera, realizan eso que se ha dado en llamar máster que, al parecer, complementa y amplía sus estudios, algo que debería avergonzar a los responsables del diseño de las carreras, pues es en ellas donde se deberían impartir esas enseñanzas pero, tal omisión, sirve para que ciertos avariciosos listillos organicen esos máster en los que, a precio de oro, si se adquieren esos conocimientos que le han escamoteado al alumnado durante la carrera; ¡brillante jugada de nuestros mandamal de la enseñanza!. Debo decir también que, es muy llamativo que, a menudo, se señale a la empresa privada – a ser posible de relumbrón – como meta para los alumnos universitarios pero, muy pocas veces o nunca se les anima a tener la suya propia que, como trabajadores autónomos, podrían lograr. Cuando menos, da que pensar.

Los máster adornan muchos currículos, pero en España el uso que se hará de los conocimientos adquiridos en ellos y en las carreras, será, en muchos casos testimonial, por mucho que ciertas empresas se empeñen en solicitar para sus plantillas a verdaderos supermán forrados de títulos, diplomas, máster, idiomas, experiencia, etc., etc., a menudo, con el único objeto de dar una imagen de prestigio y liderazgo que solo existe en la cabeza de sus dirigentes, pues, tras la contratación de tales fenómenos, los dedican a trabajos muy inferiores para los que se han formado, a cambio de unos sueldos que generalmente rayan el ridículo. Es también muy frecuente que a los titulados se les exija saber de todo – por eso, por ser titulados -, desde los trabajos más complejos hasta los más simples de la empresa, pues muchos empresarios contratan con la idea de que un titulado sabe de todo y de todo hace, aunque la empresa carezca de lo imprescindible para lograr sus objetivos, y aunque se desentienda de la formación de sus empleados, por muchos años que pasen; pero ¡eso sí!, a cambio de lo justito.

Como cualquier otro trabajador, un titulado siente la necesidad que se le reconozca su esfuerzo a través de ascensos, pero en mis casi cuarenta años de vida laboral, he conocido a muchos titulados – buenos, “del montón” y malos – pero, de todos ellos, no he conocido a ninguno que haya escalado a puestos relevantes sin haber hecho antes de tiralevitas de su jefe, del director, del empresario o a todos ellos; de modo que, describo ahora las tres posibilidades que, bajo mi punto de vista, un titulado tiene para ascender en una empresa:

A – Realiza su trabajo perfectamente y a tiempo, pero no se dedica a hacer la pelota: le abrumará el trabajo; por veces, recibirá poca ayuda y menos apoyo, además de tener escasísimas posibilidades de ascenso. Si se produce un ERE en la empresa, lo más probable es que sea señalado (sindicalistas dixit) primero y despedido después.

B – En no pocas ocasiones, hace su trabajo despacio y mal, pero es un pelota irredento: no le agobiará el trabajo y tendrá grandes posibilidades de ascender a puestos relevantes y, si hay un ERE en la empresa, lo más probable es que no sea ni señalado ni despedido.

C – Ejerce como pelota impenitente y además realiza su trabajo perfectamente y a tiempo: tendrá un trabajo normal, parte del cual será realizado con el apoyo de sus “peloteados” y, salvo que cometa un grave error que sea incapaz de tapar o de atribuírselo a otro, llegara, casi con toda seguridad, a ser el mandamás de la empresa, y que, cuando tal cosa ocurra, será quién designe a los señalados en el ERE, si éste se produce.

Dicho lo anterior, me atrevo a afirmar que títulos, diplomas, máster o idiomas, valen para comenzar a trabajar en las empresas a un determinado nivel y, a partir de aquí, quien quiera hacer carrera en ellas, debe tener muy en cuenta que su actuación como tiralevitas influye mucho más en su futuro que una excelente formación como profesional; excuso decir que una bien dosificada “mala leche” (perdón por la expresión) en contra de compañeros rivales y subordinados, influye tanto o más que hacer el pelotillero, y no digo nada de ambas simultáneamente.

Desconozco la peripecia de los titulados en las administraciones, pero tengo la impresión que no debe alejarse mucho del panorama que he descrito. Acepto también que el punto de vista que aquí expongo sobre el porvenir profesional de muchos titulados, puede pecar de pesimista, pero, como ya he dicho, mis vivencias están impregnadas de todo cuanto he dicho. Desgraciadamente, el panorama actual que contemplo en mi país, en el que el I + D, no pasa de ser un nombre bonito y en el que sigue siendo cierta la frase lapidaria «Que inventen ellos», de D. Miguel de Unamuno, no da para pensar otra cosa; si a esta crónica situación se añaden las innumerables empresas que la crisis-recesión ha barrido y que seguirá barriendo, digan lo que digan optimistas, palmeros y apaniaguados ¿Se puede ser optimista?

Afirmo también que, hoy por hoy, «hacer carrera» y «hacerse rico», es prácticamente lo mismo, algo que contadísimos titulados han logrado utilizando exclusivamente los conocimientos con los que consiguieron el título, el resto puede llegar a vivir con un cierto desahogo, y poco más.

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