Vivimos en una nación en la que una parte importante de su ciudadanía contempla como algo normal su desenvolvimiento en la vida siguiendo la ley del mínimo esfuerzo personal, dentro de su más amplio espectro, que oscila entre el famoso escaqueo y la subvención inmerecida; en cualquier caso, también hay otro aspecto muy relacionado con este esfuerzo al que los poderes públicos españoles deberían tener muy en cuenta a la hora de fomentarlo y darle su apoyo, que no es otro, que el TRABAJO BIEN HECHO, así ¡con mayúsculas!
Veamos ahora un aspecto, aparentemente intrascendente de la vida diaria, como lo son los mensajes SMS; concretamente me refiero a los muchos mostrados en las pantallas de nuestros televisores, inmediatamente después de ser enviados por los televidentes. La redacción de un gran número de estos mensajes, además de ser un verdadero galimatías gramatical, son también un verdadero compendio de errores ortográficos, algo que también constato en otros muchos textos colgados en la red. La mensajería que se practica en la telefonía móvil ha contribuido negativamente a incrementar esta verdadera plaga de analfabetismo – si analfabetismo – pues aunque probablemente quienes así escriben se entiendan muy bien entre sí, dudo mucho que comprendan el alcance total de un texto escrito en correcto lenguaje español, o que sean capaces de expresar una idea mediante un texto correctamente redactado, con los problemas que ello puede causar a ellos y a los demás.
He traído aquí esta cuestión de los SMS, porque hoy día, cualquiera puede disponer de medios para consultar rápidamente sus dudas con respecto a la ortografía – quien las tenga, claro, pues algunos, ni se las plantean – pues, entre otras, disponemos en la red del diccionario de la Real Academia Española; en mi opinión, no consultar este tipo de dudas solo puede obedecer a dos razones; una originada por el trabajo mal hecho atribuible a la inapetencia y holgazanería de quien no se molesta en revisar lo que escribe y, la otra, imputable también a otro trabajo muy mal hecho, solamente atribuible a quien promovió y promulgó una ley que permite acceder a un curso académico sin tener probada aptitud en cuestiones gramaticales del curso anterior; esta deficiencia, que nunca nadie debería haber implantado, es lo que desgraciadamente, impera en muestras escuelas, a día de hoy.
La anécdota que relato a continuación, pone de relieve otra faceta del trabajo mal hecho, solo que en esta ocasión, lo es, por partida doble. En una empresa, de cuyo nombre no quiero acordarme, trabajaba un operario que, por la perfección y rapidez con la que hacía sus trabajos, era considerado el mejor. Alguien que conocía estas cualidades, lo comentó con el dueño de la empresa, haciendo merecidos elogios a aquel operario. La sorpresa del elogiador fue grande, pues fue reprendido duramente por el dueño al decirle que no se le ocurriera hacer tales elogios delante del operario, pues era una incitación para que éste demandara un aumento de sueldo, a lo que él no estaba dispuesto. ¡Genial! ¿no? pues, por un lado, no apoya al buen trabajador y, por otro, al ordenar aquella inacción, también hace algo incompatible con una buena gestión. Al hilo de esta cuestión, debo decir que en los treinta y seis años que he trabajado, jamás he oído felicitar a alguien por un trabajo bien hecho y, he sido testigo de muchos, ¡triste!
Es cierto que tenemos un gran potencial para hacer buenos trabajos, pues ahí están esas magníficas realidades que de vez en cuando logramos; yo me refiero, básicamente, al trabajo del día a día pues, en esta España nuestra, no valoramos justamente el trabajo bien hecho, dando lugar a la proliferación de chapuceros que, sin embargo, saben cobrar con verdadera maestría, pese a que muchos de ellos realizan su trabajo haciendo realidad el lema de «aguanta mientras cobro»; desgraciadamente esto no es exclusivo de los trabajos manuales, pues, casi a diario, tenemos en la prensa innumerables ejemplos que lo confirman relacionados con acciones de gobierno, actuaciones políticas, decisiones sindicales, gestión de empresas, sentencias judiciales, actuaciones profesionales, etc., etc.
La norma ISO 9001, nació con la idea de mejorar los productos y servicios ofrecidos por las empresas, a través de tácticas de trabajo que impriman en sus empleados el hábito del trabajo bien hecho. Creo que este loable deseo no se ha conseguido debido, entre otras razones, a que los asesores de la normativa ISO han indoctrinado exclusivamente al personal de segundo y más bajo nivel de las empresas, pero se han olvidado de quién debe dar ejemplo, que no es otra que su dirección. Lo mismo debo decir sobre las agencias certificadoras, cuyo potencial auditor lo emplean exclusivamente para “machacar” a varias personas situadas fuera del primer nivel de las empresas, a la vez, de mantener siempre al margen de este “machaqueo” a quien – insisto – debería de dar ejemplo: la dirección. La consecuencia de estos dos trabajos mal hechos, se traduce generalmente en que la certificación solo sirve para que las empresas la exhiban en sus comunicaciones y propaganda, sin que sus productos o servicios reciban el impulso de excelencia que, teóricamente, la certificación debería conllevar. ¡Pena!
Finalmente, deseo llamar la atención sobre algo a lo que los telefilmes americanos – con los que, un día si y otro también, nos machacan las cadenas de televisión – parecen darle mucha importancia, pues es muy frecuente en ellos, que se felicite a alguien por un trabajo bien hecho, escena cuyo origen atribuyo a que en USA es muy bien valorado un trabajo así ¿ha visto alguien una película española en la que tenga lugar una escena parecida? yo no.