A punto de finalizar el verano 2016, una típica y tópica molestia, pero persistente en el tiempo, me aconsejo acudir a la consulta de mi lugar de estancia estival. Tras entrar en la consulta, saludar, presentarme y, mientras el galeno consultaba y tecleaba el ordenador, aproveché para valorar su distante comportamiento y sus cortantes silencios, lo que no me impidió recordar que el personaje ya me había atendido en otra dos oportunidades, de las que había salido con ciertas reservas a causa de su ya mencionado singular comportamiento.
El galeno inició su intervención reprochándonos a mí mujer (que me acompañaba) y a mí – con más vehemencia de la aconsejada por las buenas maneras – que no hubiéramos hecho cierta gestión de carácter administrativo que, según él, nos había dicho que hiciéramos, en consultas anteriores. ¿?. Finalizados los reproches, a los que respondimos con silencio, inició la exploración de mi área molesta, valiéndose de un depresor de madera.
En toda mi vida he superado jamás una exploración como aquella, sin que ello me provocara violentas y desagradables arcadas a las que siempre he sido incapaz de controlar, tras intentarlo sin éxito. La respuesta del galeno a aquella involuntaria reacción mía fue este comentario, tan desabrido como impropio de quien ejerce tan noble profesión: «se comporta Vd. como un niño».
Aquel comentario fue mucho más de lo que le podía soportar al galeno, de modo que, sereno, serio y firme en mi posición, le respondí que no era ningún niño y que me estaba faltando al respeto. Aclaro que en las dos consultas anteriores, siempre le había observado al galeno una actitud de superioridad hacia mí, y ésta no fue ninguna excepción, lo que me hace pensar que tal actitud es algo habitual en él y, nada me ha indicado que no la ejerza también contra muchos de sus pacientes. Debido a ello, no me dio la sensación de que esperase una reacción como la mía, ni tampoco que estuviese acostumbrado a ello, de modo que, tras meditar brevemente lo acontecido, suspendió la exploración y me recomendó acudir a un especialista, sin recetarme fármaco alguno. Seguidamente atendió a mí mujer, pues tenía un problema similar al mío. Durante este tiempo, me pidió disculpas por el comentario que me había hecho y añadió que había sido una broma. Acepté las disculpas, pero no consideré aquel comentario como una broma, algo que me hizo responderle que nunca había asistido a una consulta, ni para matar el tiempo, ni para hacer bromas, ni mucho menos para tener desencuentros como aquel.
Aquella desagradable consulta, que se me hizo eterna, finalmente terminó, recetándole a mi mujer dos fármacos y afirmando también que yo podía tomar uno de ellos. La sorpresa se produjo en la farmacia, cuando mi mujer y yo, constatamos que el fármaco no estaba incluido en el grupo de los financiados por la institución pública de la salud, lo que nos hizo pensar que las disculpas del galeno solo habían sido de boca para afuera.
Tengo una opinión inmejorable de los facultativos de la institución pública de la salud y, por supuesto, no la voy a cambiar a causa del comportamiento de este galeno, a la que considero la excepción y no la regla. En cualquier caso, describo hoy este desagradable hecho, porque me repugnan los abusos, por pequeños que estos sean, practicados por personas que se sienten superiores a las demás, debido a su posición dominante, algo que considero inaceptable en cualquier médico que se precie de serlo.
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Con perdón: hay un error en el enlace a la página principal que aparece al final del artículo: dice «ganadobarlovento», sin la segunda «n», con lo cual suena como a granja :), además de no llevarnos a parte alguna.