Viejo y jubilado… ¡malo!

Desde que la sociedad en la que vivo decidió poner punto final a mi etapa como persona que tiene un trabajo retribuido, me he dedicado, de lleno, a tratar de entender su funcionamiento, especialmente en lo que se refiere a la legislación que lo regula; de modo que hoy me considero integrado en ese club de los que nos gusta ir documentados por el mundo y, sobre todo, con criterio propio – naturalmente, puedo equivocarme, soy humano -, pero, rara vez, hago o digo algo que pueda tener alguna trascendencia sin haber sopesado antes sus posibles consecuencias.

No siempre aprecio esta actitud en las generaciones jóvenes, pues, una y otra vez, dan la imagen de conceder únicamente crédito a sus iguales, a la vez que, de forma un tanto despótica, ningunean la experiencia y conocimientos de sus mayores pues, a causa de sus prisas por llegar a no se sabe dónde y sus limitados conocimientos extra tecnológicos, se precipitan tomando decisiones, que, de vez en cuando, les reporta algún que otro disgustillo. Aunque se beneficien de ellos, tampoco saben reconocer los aciertos de los viejos. Parece que abordan su vida sin tiempo para dedicarse a otra cosa que no sea aprender y practicar las últimas tecnologías que prefiero no mencionar, solo sea por una vez.

Creo que deben ser legión quienes participan en eso que ha dado en llamarse redes sociales que, lejos de unir a los individuos, los ha separado. ¿Quién no ha visto a varios jóvenes reunidos sin hablar entre ellos, pero todos “enchufados” al móvil? Me produce gran tristeza ver algo así, y creo que sus negativas consecuencias deberían animar a los expertos en la cuestión a alertar a los poderes públicos sobre su maleficencia. Serán pocos los jóvenes de hoy que hayan leído más de media docena de libros, algunos de lectura fundamental, pues esos mal utilizados móviles los aísla de tal manera que les hace creer, para mayor inri, que la verdadera cultura y conocimiento la poseen cuando, con gran ardor, los empuñan, animándolos, además, a minusvalorar a quienes no participamos en ese rito. En los años que tengo, jamás he visto tantas faltas de ortografía en personas con título superior o medio, basta con leer los periódicos para comprobarlo; tantos textos incorrectamente redactados que solo son comprensibles para ese grupo de analfabetos que, encima, alardean de no saben qué; ignorancia absoluta de la historia de España y menos aún de la de otros países; desconocimiento de la geografía de su país; incapacidad para distinguir el gótico del barroco; y prefiero no entrar en cultura musical porque, en términos generales, la música de hoy no pasa de ser un ruido informático atiborrado de mucha furrufalla de luces ¿Dónde está la rebeldía de la que históricamente siempre han hecho gala los jóvenes? ¿Tanto les está afectando el uso masivo del móvil que les incapacita para pensar independientemente de los demás y tomar como correcto patrón de vida los ladinos mensajes que reciben a través de él, y que, encima, tildan de “sistema” a admirar e imitar?

Estoy a favor del avance tecnológico; con lo que nunca estaré de acuerdo es con la utilización de tanta tecnología para abusar o laminar el libre pensamiento de las personas pues, lamentablemente, he sido testigo de críticas a viejos por el simple hecho de estar en desacuerdo con ciertas prácticas comerciales actuales, o por su frontal oposición a este atroz método «Para hablar con fulanito, pulse uno; con citanito, pulse dos… Todos nuestros operadores están ahora ocupados, permanezca atento, gracias»; estado en que los segundos dan paso a los minutos, estos a las horas y es grande la suerte si algún humano atiende tu llamada. Para su vergüenza, esta inhumana práctica también la utiliza la administración pública contra sus mal administrados. Pongo solo un par de ejemplos, pero, desgraciadamente, hay muchos más que utilizan las últimas tecnologías como burladero y siempre en contra del ciudadano, especialmente contra los que ya nos ha pillado «talluditos» para asimilarlas.

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