¡Todo un estilo!

Llega en su coche – a menudo, de alta gama – y, a la vez que se baja de él, mira a la concurrencia del momento con absoluta displicencia, tras lo que se acerca a la barra del bar y pide un vino por su nombre comercial, generalmente de dudosa calidad. No pasa mucho tiempo hasta que se le acerca algún amiguete, e inmediatamente entabla con él una distendida conversación cuyo nivel se ciñe únicamente a su sonoridad, especialmente en esos momentos en los que nuestro hombre trata de exhibir un poderío que él considera ganado a pulso, y que, por exigencia de su ego, debe exhibir de vez en cuando. Para tal fin, recurre al móvil para comunicarse con alguien con quien inicia la conversación dándole a entender que han sido amigos de toda la vida y, sin solución de continuidad, le pide un favor para el amiguete que lo acompaña en ese momento. Su manera de expresarse y el satisfactorio resultado obtenido, delatan que esta forma de comportamiento es habitual en él, por lo que termina la comunicación con un «para eso estamos los amigos».


La escena anterior puede parecer a alguien una «coña mariñeira», pues el «amiguetismo» visto así – disculpen el palabro -, y practicado por personajes de discreto nivel, solo es trascendente para ellos y, según el tipo de favor de que se trate, para pocas personas más; ello no impide extrapolar el hecho cambiando simplemente el bar por un despacho de altos vuelos, o por un restaurante de tenedores y estrellas varias, o por una tribuna de campo de futbol de relumbrón; al tipo del móvil, por un mandamal político, empresarial o sindical; al interlocutor del bar, por alguien con un nivel potencialmente equiparable al del mandamal; y al interlocutor telefónico, por otro mandamal de nivel igual o superior al de los otros dos. La diferencia fundamental entre una y otra escena es el tipo de favor que, en el caso de los mandamal, suele tener negativas consecuencias para una gran parte de la ciudadanía, pues tras él es frecuente que se escondan fuertes mordidas, devolución de favores que en innumerables veces aparentan gran honorabilidad, cuando la triste realidad es que son todo lo contrario, pues, no es infrecuente que algunos favores sean verdaderos atentados a la ciudadanía bajo la forma de impuestos confiscatorios o injustificables precios de electricidad, gas, agua, gasolina, gasoil, y otros productos y servicios de muchas de las empresas cotizadas en bolsa, englobadas dentro de un nombre tan poco español como de tan jugosos y cómodos resultados para ellas.
Tanto en un caso como en el otro, el «amiguetismo» es la clave para el logro de objetivos, y es indudable que hasta para conseguir lo baladí conviene recurrir al amiguete al que, como mínimo, se le paga el favor halagándolo con un «¡Joder tío, eres el puto amo!». Cuando el objetivo no es precisamente baladí, el pago suele aparecer reseñado en medios de comunicación y, pocas veces, los mandamal dispensadores de favores mutuos, se sientan en el banquillo para aclarar algunas de sus inadmisibles actuaciones.

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