Soy plenamente consciente de que ciertos productos no merece la pena repararlos cuando se averían, pues, debido a su bajo coste, es preferible substituirlos por otros nuevos; no obstante, pueden existir circunstancias – generalmente relacionadas con la antigüedad de los productos, o imposibilidad de adquirirlos con las mismas dimensiones para que quepan en su alojamiento, etc. – en que la reparación, puede imponerse a la substitución; este es, precisamente, el caso de la reparación que seguidamente describiré, la cual no sería exagerado calificarla de «matar pulgas a cañonazos», pero, como queda dicho, las circunstancias obligan.
Una tarde, al abrir el frigorífico, observé que no lucía su iluminación interior y, pese a actuar manualmente el interruptor de su puerta, no obtuve ninguna respuesta, aunque el frigorífico funcionaba con normalidad. Así pues, todo parecía indicar que el interruptor era el culpable del fallo, pues, la bombilla de 15 W no estaba fundida. No sin cierta dificultad, extraje el interruptor de su alojamiento, tras lo cual, lo desconecté de sus cables. El interruptor era del tipo desmontable, de modo que, al pinzar sus laterales, se destrinca la tapa por la que asoman sus terminales de conexión, dejando así al descubierto su interior (ver Fig. 1).
Fig. 1
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